martes, 24 de febrero de 2009

Joan Manuel y Joaquín

Joan Manuel y Joaquín, mi marido y mi amante
Una tarde de sábado de hace no sé cuánto…

Diecisiete años recién estrenados cuando se me aparece aquel long play de portada colorada donde un tímido muchacho de barba se me metió en la piel “DEDICADO A ANTONIO MACHADO POETA”. En ese momento para mí nacía otro poeta. “Se paró mi reloj” adolescente cuando escuché ese decir, y a partir de ese momento supe que iba a ser mi compañero de toda la vida, que viajaría por sus sueños y que ellos se fundirían con los míos.
Y así fue, Serrat me sigue acompañando, es el hombre de mi vida con quien compartí a los otros amores, los reales, cuando era “el “tiempo de amarse a media voz”. Y después de ese “tiempo de lluvia” vinieron las tormentas que azotan a casi todas las vidas, en ese momento aparece el atorrante, el que saca a la luz los más obscenos deseos, mi amante, el del morbo, la curiosidad por lo desconocido, ése por el que vivís en la cuerda floja, donde sós tan feliz manteniéndote como cayendo al vacío.
Ambos tienen tanto en común, cuando me escapé al “boulevard de los sueños rotos” siempre e inevitablemente regresé a tomar el café que la vida me ofrecía a lado de Juanito para luego volar al “bar de la esquina” donde ese macho de sonrisa lasciva me estaba esperando.
Pero regreso al tiempo de mi primer amor, lo he escuchado hasta el cansancio, he descubierto en temas musicales, cosas nuevas cada vez que mis oídos se deleitaban. Recuerdo un simple “Poco antes de que den las diez” con el que tantas muchachas de mi generación nos identificamos, el volver a casa a horario después de haber saboreado las delicias de los primeros besos y caricias atrevidas, poner cara de nena buena…”la niña duerme en casa y en un reloj darán las diez”.
Cuando casi todos los de mi generación escuchaban a la Nueva Ola, Beatles, música beat y rock progresivo con el cual sólo bailaba y divertía, me encontraba con él en ese espacio de noche oscura y descubría a Machado, genio de genios, un poeta que tal vez no todos hubiéramos llegado a conocer sin el empujoncito del Nano.
“Mi infancia son recuerdos de un patio” de la calle Otamendi, la música a todo volumen, con esa voz grave que me penetraba una y otra vez sin que el goce disminuyera y fui “en el buen sentido de la palabra buena” desdeñando la romanza de cantores vacíos de mi época que me movían los pies pero no el corazón, éste sólo pertenecía a él. Y hoy transcurriendo esta “segunda inocencia que da no creer en nada” lo sigo amando con la misma fuerza, en nuestra pareja unilateral, porque él jamás se enteró de mi amor, no hay desgaste ni tedio y su música me seguirá hasta que las moscas revoloteen sobre mis “párpados yertos”.
Se acercaban los treinta y el mundo se estaba dando vuelta, el compartir “sueño, cama y macarrones” me estaba hartando de manera vertiginosa, ya no era la “Penélope” del “bolso color marrón, estaba advirtiendo temerosamente que en la vida había más, y sentía la necesidad de “sacar de paseo a mis instintos y ventilarlos a sol” y comenzó la etapa de “no dosificar los placeres”. Basta de “esa rutina que te aplasta” afuera la mediocridad, a “derrochar” que se acaba el mundo. “Ay mi amor sin ti no entiendo el despertar”…
Juanito me había acompañado cuando “se me hincharon los pies”, cuando fui “esa muchacha en flor por la que anduvo el amor derramando simiente”, transmití mis frustraciones a mi descendencia, tal como debe hacerse, fui madre, “empapelé el cuarto de azul” y me pregunté – ¿esto es todo?- respondiendo tal mi característica que las estructuras mediditas no eran para mí, que amar también era desangrarse, que unos ojos negros pueden hacerte olvidar las reglas y que violándolas te sentís en algún paraíso desconocido y fascinante. Fue la época de “Pueblo Blanco” tal vez mi canción preferida, de “extraviar los calzoncillos” y salir con “la compra” acompañada de él con “el periódico” a conocer las casitas blancas de mi querida ciudad.
Esto que escribo sólo puede entenderlo quien se haya enamorado de Serrat, los que no “tuvieron el gusto de conocerlo” no podrán entenderlo.

Y aparece el diablo…
Él aparece en mis treinta y pico, nadie comprendía qué era lo que quería decir, yo identificaba cada frase suya conmigo, miraba a mi alrededor pensando cómo es que no se dan cuenta que estamos ante un futuro Quevedo que será admirado por las futuras generaciones.
“Y nos dieron y… la una y las dos…”, y yo seguía escuchándolo. Dentro mío había varias mujeres que descubría cada vez, hasta poder llegar a ser hasta la Magdalena, guardando yo también no “grasa en la guantera” pero sí miles de subterfugios adecuados para mi nueva situación, en la que estos amores paralelos me hacían temblar no pudiendo soportar las “escenas del sofá” ni el “columpio en el jardín”, sólo deseando “morirme contigo si me matas y matarme contigo si te mueres”
Mi marido tiene una visión más paternalista, es el consejero de esa muchacha que se dedica a prácticas non sanctas, es el Yira Yira del Norte “ cuando estén secas las pilas de todos los timbres que vos apretás”, cuando desesperadamente busqués “el pecho fraterno donde morir abrazada”. Lo mismo dice Serrat “por más que te remoces perderás el zapato antes que den las doce”. Estamos ante un magistral letrista de tango, el Discépolo español. “Cuando manyés que a tu lado se prueban las pilchas que vas a dejar” es el “encerrada en tu burdel y sin nada que ponerte”.
Mi amante la ensalza, habla de “su corazón tan cinco estrellas”, de la soledad que puede llenarse buscando en los brazos de “la más señora de todas las putas, la más puta de todas las señoras”. Cuántos hombres sin esa mano amiga, sin la contención de una pareja, vivan en ese rato de amor prestado, una bella historia de amor sin pasado y sin futuro, en un presente en el que “ya no juegas a las damas ni con tu mujer”. Ahí esas prácticas non sanctas tienen el raro sortilegio de la ensoñación misma que se nos hace carne en esas “caderas de leche y miel”. Digamos que esa “Cenicienta de porcelana” ha podido superar los obstáculos de esa vida de placeres convirtiéndose en una reina de la prostitución, pensando que hagas lo que hagas si lo hacés bien, seguís siendo la Señora que vende o regala sexo también para proporcionarles a los que necesiten lo que están buscando. Una samaritana del sexo. Sabina defiende a sus marginales, sabe que la vida no es toda redondita, ni lineal, se sube y se baja, se gana y se pierde.
Ahora están juntos rodando por el mundo, trayéndonos la poesía, la alegría y el desamparo, el amor y el dolor tan juntos como sólo pueden estarlo ellos, con esa humildad que solamente poseen los grandes de verdad, como dos trovadores que trasladan sus experiencias de vida, recreando las fantasías, inventándonos algunas nuevas, llorando por los amores perdidos y festejando los diecinueve días de esas quinientas noches eternas.
Y los amo como ayer, los descubro maliciosamente juntos con esa complicidad de saborear esta madurez de la vida de ellos y mía, penando por esas carnes firmes que ya no están , pero sólo ellos saben que sigo siendo “Lucía”, “Penélope”, “Magdalena”, “Irene” y su esposa y amante más fiel.
A vuestros pies caballeros y “pa’ lo que gusten mandar’.

Lili Frezza

Mis amores en música

Dando vuelta de página, un regalo para los sentidos


Una canción de una gran cantante para una gran mujer

TU ME QUIERES BLANCA

Tú me quieres alba,
Me quieres de espumas,
Me quieres de nácar.
Que sea azucena
Sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada

Ni un rayo de luna
Filtrado me haya.
Ni una margarita
Se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
Tú me quieres blanca,
Tú me quieres alba.

Tú que hubiste todas
Las copas a mano,
De frutos y mieles
Los labios morados.
Tú que en el banquete
Cubierto de pámpanos
Dejaste las carnes
Festejando a Baco.
Tú que en los jardines
Negros del Engaño
Vestido de rojo
Corriste al Estrago.

Tú que el esqueleto
Conservas intacto
No sé todavía
Por cuáles milagros,
Me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
Me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡Me pretendes alba!

Huye hacia los bosques,
Vete a la montaña;
Límpiate la boca;
Vive en las cabañas;
Toca con las manos
La tierra mojada;
Alimenta el cuerpo
Con raíz amarga;
Bebe de las rocas;
Duerme sobre escarcha;
Renueva tejidos
Con salitre y agua;
Habla con los pájaros
Y lévate al alba.
Y cuando las carnes
Te sean tornadas,
Y cuando hayas puesto
En ellas el alma
Que por las alcobas
Se quedó enredada,
Entonces, buen hombre,
Preténdeme blanca,
Preténdeme nívea,
Preténdeme casta.

Y ahora, las mujeres argentinas








Alfonsina Storni

Alfonsina Storni (1892-1938), esta escritora argentina nació en Suiza en 1892, en la región de habla italiana. Vivió en Rosario, estudió Magisterio en la Escuela Normal y fue profesora de arte dramático, hizo alguna incursión en el teatro, pero lo más conocido de su obra son sus libros de poemas.

Comenzó su carrera literaria en 1916 con La inquietud del rosal, que recoge las sugestiones intimistas y sentimentales de un post-romanticismo, y publicó El dulce daño (1918), Irremediablemente (1919) y Languidez (1920).

Después realizó viajes a Europa, en 1930 y 1934, que influenciaron en su obra, se sumó a este cambio, su azarosa vida amorosa y su lucha por el papel de la mujer en la sociedad de la época, además de manejar el tema de la sinceridad erótica. Publicó en esta etapa Mundo de siete pozos (1934) y Mascarilla y trébol (1938). Escribe con menos cánones, y con expresión libre y desprejuiciada.

Se suicidó en 1938 en Mar del Plata, sintiendo la impotencia ante el dolor producido por el cáncer. La noche anterior a que se internara en el mar desde la playa La Perla, escribió un poema, que envió al diario argentino La nación, y que fue publicado con su necrológica: “Voy a dormi”, y que se cree estaba dirigida a su hijo.

domingo, 22 de febrero de 2009